MI ALBENIZ

125 (19 de mayo de 2008)



Hoy (por hace unos días), hemos convertido nuestro diario desayuno en un Parlamento donde sacar a relucir de manera informal pero apasionada todo tipo de polémicas, y un montón de sensaciones e ideas, hasta el punto que no desecho la idea de incluir, en próximas reivindicaciones sindicales, como obligatorias estas tertulias en todo tipo de empresas y trabajos que merezca prosperar hasta olvidarse y arrinconar a jefes, que no solo no saben tomar café, sino ni tan siquiera saludar por los pasillos.

Mi buen amigo Alfonso me ha retado esta misma mañana ante el hecho, (a todas luces triste) de la próxima desaparición de uno de los últimos iconos que le quedan a Málaga, que no es otro que el Cine Albéniz, que se ha anunciado estos días en la prensa.

Que un cine desaparezca, es un hecho que empobrece una ciudad y por lo tanto su ordenación, ya que no es solo el hecho de tener que desplazarse unos kilómetros (en el mejor de los casos) a un centro comercial para poder ver en pantalla ancha a Harry Potter, es el hecho, que ahora se ve mermado de lo que significa “ir al cine”, que no solo es ver la película (buena o mala), sino tener que realizar el ejercicio de “arreglarse”, “salir a la calle”, “quedar con amigos”, “tomar unas cervezas”, ó incluso “cenar” y compartir “una buena tertulia”, extremos éstos que ahora se ven truncados y sustituidos por el triste cucurucho de palomitas típico de los centros comerciales de cartón piedra.

Por comparación a esta triste realidad he recordado la ocasión en que hace muchos años me compré una chaqueta roja, y cuando me la puse, un poco intimidado por su, en aquellos tiempos llamativo color, casi impropio de un heterosexual, me sentí legitimado cuando uno de mis amigos me la vió puesta y me espetó con sincera admiración: “pareces un portero del Albéniz”. Acepté el cumplido aún a sabiendas de que la mía no gozaba de los espléndidos entorchados que lucían porteros y acomodadores, y desde luego mi nivel de cortesía estaba muy por debajo del que exhibían en todo momento dichos empleados. El Albéniz era la materialización de todo el “glamour” malagueño posible.

La fachada del edificio, armoniosa aunque sobriamente decorada con cíclopes soportando improbables ménsulas, las bellas proporciones de su alzado, sus confortables asientos de terciopelo rojo y su selecto ambigú nos proporcionaba por 25 pesetas no solo una película de estreno sino la de residir en un palacete durante un par de horas y la de componer nuestra cateta figura de posguerra en los espléndidos espejos que adornaban sus vestíbulos.

Hasta las transgresiones a la etiqueta que inspiraba la sala eran moderadas y estaban en consonancia con el lugar de “respeto” en que uno se encontraba. Digo esto al recordar el día en el que exhibían la película “Quién teme a Virginia Wolf”, en la que en una de sus escenas Liz Taylor le pregunta a su oponente Richard Burton…. ¿borracha yo?.... y sonó en toda la sala un murmullo imperceptible que decía roncamente………. “tururú”.

Estamos vaciando nuestros centro de actividades que propician que los mismos sean organismos vivos, y esto sí debe preocupar a nuestra administración, en el caso improbable de que tuvieran sensibilidad y en el aún más improbable de que se preocupen de otra cosa que no sea de la proximidad de su culo al sillón del cargo; de tal manera que, desde aquí, solicito a la misma que no permita ese cierre, ya que es una herida más al débil, degradado, y desamparado centro de nuestras ciudades, que no se merecen esta agonía, preludio de una muerte de la que todos nos vamos a lamentar, y que se conserve el uso cinéfilo, (no solo de cine), en el buen sentido de la palabra.

Porque para ver a Harry Potter,… me quedo en casa, lo bajo del emule, y me ahorro las palomitas (que engordan)

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