050 (25 de enero de 2008)
En la arquitectura y el urbanismo histórico siempre se ha recurrido a las torres como elementos singulares que han de tener las ciudades, algunas de las cuales han recibido su correspondiente castigo bíblico (Consultar bibliografía sobre Babel y la molesta confusión de lenguas que trajo), marcando una centralidad o un foco de atención que en ocasiones ha parecido deseable y que como tal lo hemos aceptado, comprendido y valorado por necesario. Siempre ha sido el poder dominante en la época quien las ha edificado (castillos, luego las iglesias, ahora los bancos y edificios corporativos de grandes empresas multinacionales, y últimamente la construcción), pero nunca han dejado de tener ese simbolismo de referencia centralizadora y foco de atención.
Pierden fuerza cuando su numero se dispara (Benidorm, Manhattan, …) y desaparece la singularidad en beneficio del número, de la cantidad. Ya no basta a la colectividad vanidosa de hitos poseer la torre mas alta, sino, además, poseer el mayor número de ellas, que, si proliferan lo suficientemente dispersas, logran crear varios centros, que es como decir varias ciudades, repetidas, juntas y en competencia.
Las ciudades que estamos construyendo carecen de estos elementos, a mi juicio importantes, al tener que desarrollarse en base a unas normas y ordenanzas que ante todo buscan la “igualdad”, o peor, la “igualitariedad”, que son extremos que pueden, además de dañar el uso último de la ciudad, pervertir la condición de organismo vivo que la distingue en atención a su propia naturaleza, por no ser iguales los elementos que la constituyen, y acabo comprendiendo que el error está, no principalmente en los diseñadores de la ciudad, sino en las Normas y Ordenanzas, que unos políticos poco preocupados y en general ajenos al tema, les han impuesto (con otras miras posiblemente legitimas), pero desconocedores del tema.
Me viene a la mente un pequeño cuento que me contó un buen amigo del extraterrestre que, tras una primera visita realizada varias centurias antes, llegó de nuevo a la Tierra y solo encontró un paisaje desolado con magma en erupción del que solo sobresalía una pequeña roca sobre la que se encontraba un anciano casi megaterio que, a preguntas del extraterrestre sobre lo sucedido en aquel planeta, antes lleno de vida y variedad, les explicó, con el laconismo propio de la sabiduría que a veces acompaña a la vejez, que todo había empezado un día en que algunos oráculos habían empezado a predicar los beneficios de la igualitariedad, y que como consecuencia del desarrollo de tan feliz y bienintencionado principio, todos teníamos que ser tuertos al existir uno, luego cojos al existir otro, luego se eliminaron los parques porque en otros sitios no los había, y así se llego al estado actual donde ya por fin es todo igual, un magma, pero igual para todos.
Es el sistema normativo actual el que creo no funciona, a pesar que era el necesario hasta hace bien poco y pienso que ahora éste tiene que cambiar pasando a un análisis de los posibles proyectos desde una visión menos normativa y mas participativa, ya que la igualdad es ante todo una entelequia a la que hay que aspirar pero nunca llegar.
A pesar de eso tendemos a que ya todo sea igual porque si no como se explica que las formas actuales de la canción (vease el Sevilla de Mojinos Escocios), el Cante (Falete) y el Urbanismo (el arquitecto de Jerez) se parezcan tanto
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