085 (22 de marzo de 2008)
Se me ocurren solo dos razones que justifican el encargo a un técnico o equipo técnico de un instrumento de planeamiento (léase plan general), que a fin de cuentas es quien va a decidir la forma y calidad de una ciudad o conjunto de ellas.
La primera es meramente técnica, al poseer este profesional las claves de algún modelo óptimo, teórico del problema, mas allá de la visión incauta de concejales, promotores y vecinos. La autoridad científica de la disciplina del planeamiento.
La segunda estaría en la existencia de una visión específica sobre lo que significa el interés público como resultado y meta de la práctica urbanística.
Solo estas dos razones se me ocurren, si bien la primera se muestra cada vez mas débil, principalmente debido a la velocidad que esta cogiendo los cambios urbanos, que no racionaliza estos cambios trasladándolos a modelos de comportamiento.
Sobre la segunda razón (la utilidad publica de la disciplina), se nos están llenando los documentos de las palabras, responsabilidad, compromisos, apuestas, reto, sostenibilidad y demás referencias heroicas sin que tengan las mismas una traslación cierta al propio documento, y me da la sensación que huérfanas de reflexión.
El urbanismo y la ordenación territorial como disciplina se encuentran alejados del resultado ultimo y deseable de una ciudad y ha veces paseando por las mismas te das cuenta que el éxito de las mejores ciudades se debe a la falta de un plan que ordenaba (cuando es verdad que están ordenadas, ya que ha sido el tiempo quien se ha dedicado a esto).
Siento que las dos razones antes mencionadas (racionalidad técnica y moral social) no son pilares suficientes para sustentar el entramado tan confuso y rico en que se debe de convertir el territorio, que no es para otra cosa que para ordenar nuestros usos y actividades.
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